Comentario
Tabasco se da por amigo de los cristianos
Cortés soltó a algunos, y envió a decir con ellos al señor y a todos los demás, que sentía el daño hecho a ambas partes por su culpa y dureza; que de su inocencia y comedimiento Dios le era buen testigo. Mas no obstante todo esto, él los perdonaba de su error si venían luego o dentro de dos días a dar justo descargo y satisfacción de su malicia, y a tratar con él la paz y amistad y los otros misterios que les quería declarar; apercibiéndolos que si dentro de aquel plazo no venían, entraría tierra adentro destruyéndola, quemando, talando y matando a cuantos hombres topase, chicos y grandes, armados y sin armar. Despachados aquellos hombres con este mensaje, se fue con todos sus españoles al pueblo a descansar y curar a todos los heridos. Los mensajeros hicieron bien su oficio; y así, al día siguiente vinieron más de cincuenta indios honrados a pedir perdón de lo pasado, licencia para enterrar a los muertos y salvoconducto para venir los señores y personas principales al pueblo con seguridad. Cortés les concedió lo que pedían; y les dijo que no le engañasen ni mintiesen más, ni hiciesen otra junta, que sería para mayor mal suyo y de la tierra; y que si el señor del lugar y los otros amigos suyos y vecinos no viniesen en persona, que no lo oiría más por terceros. Con tan bravo y riguroso mandamiento y protesto como éste y el pasado, fuera por sentirse de flacas fuerzas o de armas desiguales para pelear ni resistir a aquellos pocos españoles, que tenían por invencibles, acordaron los señores y personas más principales de ir a ver y hablar a aquella gente y a su capitán. Así que, pasado el término que llevaron, vino a Cortés el señor de aquel pueblo y otros cuatro o cinco, comarcanos suyos, con buena compañía de indios, y le trajeron pan, gallipavos, frutas y cosas así de bastimento para el campamento, y hasta cuatrocientos pesos de oro en joyuelas, y algunas piedras turquesas de poco valor, y unas veinte mujeres de sus esclavas para que les cociesen pan y guisasen de comer al ejército, con las cuales pensaban hacerle gran servicio, porque los veían sin mujeres, y porque cada día es menester moler y cocer el pan de maíz, en que se ocupan mucho tiempo las mujeres. Pidieron perdón de todo lo pasado. Rogaron que los recibiese por amigos, y se entregaron en su poder y de los españoles, ofreciéndoles la tierra, la hacienda y las personas. Cortés los recibió y trató muy bien, y les dio cosas de rescate, con las que se alegraron mucho, y repartió aquellas veinte mujeres esclavas entre los españoles por camaradas. Relinchaban los caballos y yeguas que tenían atados en el patio del templo, donde pastaban, a unos árboles que había. Preguntaron los indios qué decían. Les respondieron que reñían porque no los castigaban por haber peleado. Ellos entonces les daban rosas y gallipavos para comer, rogándoles que los perdonasen.